domingo, 8 de mayo de 2016

El sexo produce placer

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El placer experimentado durante el coito tiene una evidente función evolutiva: puesto que se trata de una de las actividades más placenteras que puede llevar a cabo un hombre, si no la más, nuestros antepasados se veían impulsados a llevarla a cabo, lo que permitió la perpetuación de la especie.

Como puso de manifiesto un estudio realizado en 2010 por el profesor de Harvard Daniel Gilbert, el sexo era la actividad calificada con una mayor nota por sus practicantes, con un 92, frente a hacer ejercicio (77) y charlar (71).

Chaterjee explica que todo proceso animal en el que esté envuelto el placer comprende tres grandes ciclos: la aparición del deseo, el momento en el que se lleva a cabo el comportamiento necesario para satisfacer dicho impulso y, finalmente, el placer en sí mismo. Es la "amígdala cerebral" la que juega un papel más relevante en esa primera fase del proceso, ya que es la zona que se activa cuando un ser humano observa imágenes o grabaciones pornográficas.

Dicha activación tiene como objetivo la "estimulación de los genitales" y que el hombre (o la mujer) busquen satisfacer su repentina "urgencia sexual" a través de la búsqueda de un objeto de deseo; prueba de ello es que, una vez los genitales se encuentran en funcionamiento, la amígdala ya no es tan activa. Algo semejante ocurre cuando tenemos hambre, que la amígdala nos empuja a buscar comida para satisfacer dicho impulso.

El deseo se moviliza a través de la dopamina, una hormona que ha sido objeto de debate a lo largo de la historia de la sexualidad. En el pasado se consideraba que esta tenía una relación más directa con el acto sexual en sí, pero diversas investigaciones sugieren que quizá está más relacionado con la "anticipación del placer".





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